Beato Vicente Soler y compñaros mártires
Durante la guerra española que transcurrió de 1936 a 1939, varios agustinos y agustinos recoletos ofrecieron el testimonio singular de confesar su fe en Jesucristo a través del martirio. Su ejemplo nos invita a ser fieles al evangelio con el coraje de los mártires. El P. Vicente Soler, y los miembros de la comunidad de Motril – agustinos recoletos todos ellos –, fueron beatificados por el Papa Juan Pablo II el 7 de marzo de 1999 en la Basílica de San Pedro de Roma.
os PP. Vicente Soler, Deogracias Palacios, León Inchausti, José Rada, Julián Moreno, Vicente Pinilla y el hermano José Ricardo Díez, formaban la comunidad de agustinos recoletos de Motril, en Granada. Compartieron su vida y la confesión de su fe en Jesucristo a través del martirio. El P. Vicente Soler había sido Provincial y ele­gido General a partir del año 1926. Murieron en julio y agosto de 1936 por ser re­ligiosos y por su celo en el anuncio del reino de Dios. Sellaron con su sangre la fidelidad a Cristo y a la Iglesia. La gracia del bautismo dio plenamente su fruto en ellos.
El Papa Juan Pablo II decía en la homilía de la Eucaristía de beatificación: “Hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios (…) y nos gloriamos apoyados en la esperanza de los hijos de Dios” (Rm 5, 1-2). “Hoy la Iglesia, al proclamar beatos a los mártires de Motril, pone en sus labios estas palabras de san Pablo. En efecto, Vicente Soler y sus seis compañeros agustinos recoletos, y Manuel Mar­tín, sacerdote diocesano, obtuvieron por el testimonio heroico de su fe el acceso a la “gloria de los hijos de Dios”. Ellos no murieron por una ideología, sino que entregaron libremente su vida por Alguien que ya había muerto antes por ellos. Así devolvieron a Cristo el don que de él habían recibido”.
Y en el Ángelus del mismo domingo día 7 de marzo: “Saludo con afecto a los obispos y fieles de lengua española, y a los religiosos agustinos recoletos venidos para la beatificación de los mártires de Motril, e invito a todos a no olvidar el testimonio elocuente de su fe, pues la sangre de los mártires da vitalidad a la Iglesia, que se prepara con es­peranza a afrontar los grandes desafíos evangelizadores del tercer milenio”.