SEMANA DE ORACIÓN POR LA PAZ.
Desde el pasado domingo 3 de septiembre hasta el día 10, Colombia vivirá la versión número 36 de Semana por la Paz que tendrá como tema central “Juntanzas creadoras de paz”. Por parte de la Iglesia Católica, el Secretariado Nacional de Pastoral Social – Caritas colombiana, la Comisión Nacional de Conciliación y la Oficina de Relaciones Iglesia-Estado de la Conferencia Episcopal, serán las instituciones encargadas de animar la puesta en marcha de esta jornada a nivel nacional.
La Semana por la Paz es un proceso de movilización ciudadana que tiene por objeto visibilizar el esfuerzo de colectivos, organizaciones, instituciones, líderes y lideresas, quienes aportan acciones para la búsqueda de la Reconciliación y la construcción de Paz en el país. Desde 1987, el 9 de septiembre, en el marco de la conmemoración del día nacional de los Derechos Humanos y de San Pedro Claver, quien es considerado el padre de estos.
Durante esta Semana por la Paz 2023, enmarcada en la fiesta de San Pedro Claver, conocido como el patrono de los derechos humanos, en la que participan múltiples instituciones y organizaciones de la sociedad civil, como es costumbre, cada una de las jurisdicciones eclesiásticas o iglesias particulares del país desarrollará actividades con sus comunidades bajo el propósito de seguir animando esta necesaria búsqueda de reconciliación y paz en Colombia, con espíritu sinodal, tal y como lo propone el papa Francisco.
En palabras de S.S San Juan Pablo II, “el testimonio de caridad sin límites que representa San Pedro Claver, sea ejemplo y estímulo para los cristianos de hoy en Colombia y en América Latina, para que, superando egoísmos e insolidaridades, se empeñen decididamente en la construcción de una sociedad más justa, fraterna y acogedora para todos.” Santuario de San Pedro Claver – Cartagena, Colombia 6 de julio de 1986
Extractado: Conferencia Episcopal Colombiana. https://bit.ly/semanaporlapaz2023
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NUESTRA SEÑORA MADRE DE LA CONSOLACIÓN, PATRONA DE LA ORDEN
La Bienaventurada Virgen María es venerada como Madre de Consolación, porque a través de ella «Dios mandó al mundo al Consolador», Cristo Jesús. La participación en los dolores del pasión de su Hijo y en las alegría de su resurrección la ponen en condición de consolar a sus hijos en cualquier aflicción en que se encuentren. Después de la ascensión de Jesucristo, en unión con los Apóstoles imploró con ardor y esperó con confianza al Espíritu Consolador. Ahora, elevada al cielo, «brilla ante el pueblo peregrino de Dios como signo de segura esperanza y consolación» (LG 69).
Al menos desde el siglo XVII, «Madre de Consolación» o «Madre de la Correa» es el título principal con que la Orden agustiniana honra a la Virgen. En 1439 obtuvo la facultad de erigir para los laicos la «cofradía de la cintura». Una antigua leyenda, nacida en el seno de la Orden, narraba que la Virgen se había aparecido a santa Mónica, afligida por la suerte de Agustín, consolándola y dándole una correa, la misma con que después se habrían de ceñir Agustín y sus frailes. De ordinario, la iconografía representa a la Virgen y al Niño en el acto de entregar sendas correas, respectivamente, a santa Mónica y a san Agustín. En 1495 surgió en la iglesia agustiniana de Bolonia la cofradía de «Santa María de la Consolación». En 1575 ambas cofradías se fusionaron en una única archicofradía de la Correa, a la que los papas enriquecieron con abundancia de indulgencias. En los últimos calendarios litúrgicos aprobados se la declara Patrona de la Orden.
La protección de la Madre de la Consolación nos da serenidad y consuelo en las pruebas para que también nosotros podamos consolar a nuestros hermanos.
Según la tradición, la Virgen María se le apareció a Santa Mónica y, consolando sus lágrimas, le entregó una correa para que ciñera su cintura.
Desde agosto de 1926, la Madre de la Consolación y Sagrada Correa es patrona de la Recolección agustiniana. El entonces Prior general, el beato Vicente Soler, firmó el documento que consagraba la Orden a la devoción mariana, que en las últimas décadas se había expandido por las comunidades agustinas recoletas. Fue precisamente el beato Vicente Soler junto con varios religiosos -el beato Julián Moreno, los padres Pedro Corro, Marcelo Calvo y Gregorio Alonso de la Consolación, años más tarde prelado de Marajó-, quienes a su paso fueron sembrando la devoción a Nuestra Señora de la Consolación en los diversos ministerios en los que le tocó vivir.
Aunque en su origen eran otras advocaciones las principales devociones marianas de la familia agustiniana, fue a partir de inicios del siglo XX cuando la Virgen de la Consolación fue entrando en el corazón de la Orden como Madre y Protectora. Al comienzo, eran sobre todo terciarios y cofrades, que fundaron cofradías dedicadas a la Consolación, los que promovieron y secundaron la devoción. La advocación de Nuestra Señora de la Consolación y Sagrada Correa no fue tal en su origen, sino que es el resultado de la fusión de dos advocaciones distintas: la de la Virgen de la Consolación y la de la Virgen de la Correa.
La leyenda
Según indica el agustino recoleto Ricardo Corleto en el libro Madre de la Recolección, la tradición que extendió en el seno de la familia agustiniana el título mariano de Nuestra Señora de la Consolación y Sagrada Correa se apoya en un relato legendario. Según esa narración, mientras santa Mónica se encontraba grandemente afligida, tanto por la muerte de su esposo Patricio como por los extravíos de su hijo Agustín, habría encontrado alivio y consuelo en la Madre de Dios. Mientras santa Mónica rogaba a María que la asistiera en sus tribulaciones y angustias y le mostrase en qué forma debía vestirse durante su viudez, la Virgen se le habría aparecido vestida de color negro y ciñendo su cintura con una correa de cuero del mismo color. Durante esa aparición la Virgen le habría dicho a la afligida madre: «Hija, que ésta sea la forma de tu vestimenta» y quitándose la correa se la habría entregado a la santa diciéndole: «Toma, éste es un agradable signo de mi amor; que este ceñidor, consagrado por este seno, que ha contenido a Dios, desde ahora en adelante rodee tu cintura, sin que lo abandones jamás».
El relato se completa diciendo que, una vez convertido y bautizado por san Ambrosio, san Agustín habría imitado a su madre, vistiendo una cogulla negra y ciñéndose con una correa de cuero. Ya el eminente mariólogo servita Gabriel María Roschini afirmaba en la primera mitad del siglo xx que dicho relato «no se apoya en ningún documento»; obviamente, en la frase del padre Roschini debe sobreentenderse «ningún documento auténtico». No niega la advocación mariana, sino el relato que ha corrido para sostener, justificar o embellecer dicha advocación.
Aún así, tanto la historia como la Virgen de la Consolación y Sagrada Correa sigue en el corazón de religiosos y devotos que se encomiendan a ella. Cada sábado, como indican Las Constituciones, en las comunidades agustinas recoletas se reza la salve a la Virgen de la Consolación.
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CEREMONIA DE POSESIÓN DE FRAY MARTÍN JAVIER BERÁSTEGUI
El pasado 27 de agosto, fiesta de Santa Mónica, se llevó a cabo la ceremonia de Posesión del Párroco Fray Martín Javier Berástegui, de la parroquia San Lucas Evangelista, en Costa del Este, Ciudad de Panamá. La celebración de Posesión estuvo presidida por Mons. José Domingo Ulloa, O.S.A, Arzobispo Metropolitano de Panamá.
Fray Martín Berástegui nace en Yábar, Navarra, España el 4 de septiembre de 1941. Hijo de José y Josefa.
Hizo toda su formación en Pamplona y se ordenó sacerdote el 1 de agosto de 1965. Ejerció su ministerio en el campo de la educación y en la acción pastoral, primero en España y luego en América Latina; en países como República Dominicana, Guatemala y Panamá.
En la actualidad, además de párroco de San Lucas, es el delegado de los religiosos agustinos recoletos que residen en Panamá.
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JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR EL CUIDADO DE LA CREACIÓN
«Que la justicia y la paz fluyan» es el tema del tiempo ecuménico de la Creación de este año, inspirado en las palabras del profeta Amós: «Que el derecho corra como el agua, y la justicia como un torrente inagotable» (5,24).
El 1 de Setiembre se celebra ¨La Jornada Mundial por el cuidado de la creación”. Con esta Jornada comienza el Tiempo ecuménico de la Creación que se cierra el 4 de octubre, Día de San Francisco de Asís, patrón de la ecología. «Que la justicia y la paz fluyan» es el tema que propone el papa Francisco para este año.
En el “Mensaje para la Jornada Mundial de oración por el cuidado de la creación” el papa Francisco nos interroga:
“¿Cómo podemos contribuir al río poderoso de la justicia y de la paz en este Tiempo de la Creación? ¿Qué podemos hacer nosotros, sobre todo como Iglesias cristianas, para sanar nuestra casa común de modo que vuelva estar llena de vida? Debemos decidir transformar nuestros corazones, nuestros estilos de vida y las políticas públicas que gobiernan nuestra sociedad.” …”Que en este Tiempo de la Creación, como seguidores de Cristo en nuestro común camino sinodal, vivamos, trabajemos y oremos para que nuestra casa común esté llena nuevamente de vida. Que el Espíritu Santo siga aleteando sobre las aguas y nos guíe a la «renovación de la superficie de la tierra» (cf. Sal 104,30).
Mensaje del papa Francisco para la Jornada Mundial de oración por el cuidado de la creación
La Santa Sede hace público el jueves 25 de mayo de 2023 el mensaje del papa Francisco para la Jornada Mundial de oración por el cuidado de la creación, que se celebra el 1 de septiembre.
Tomado de: https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/pont-messages/2023/documents/20230513-messaggio-giornata-curacreato.html
MENSAJE DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
PARA LA JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR EL CUIDADO DE LA CREACIÓN
1 de septiembre de 2023
Queridos hermanos y hermanas:
“Que la justicia y la paz fluyan” es el tema del Tiempo ecuménico de la Creación de este año, inspirado en las palabras del profeta Amós: «Que el derecho corra como el agua, y la justicia como un torrente inagotable» (5,24).
Esta expresiva imagen de Amós nos dice lo que Dios desea. Dios quiere que reine la justicia, que es esencial para nuestra vida de hijos a imagen de Dios, como el agua lo es para nuestra supervivencia física. Esta justicia debe surgir allí donde sea necesaria, no esconderse demasiado en lo profundo o desaparecer como el agua que se evapora, antes de podernos sostener. Dios quiere que cada uno busque ser justo en cada situación; se esfuerce siempre en vivir según sus leyes y, por tanto, en hacer posible que la vida florezca en plenitud. Cuando buscamos ante todo el reino de Dios (cf. Mt 6,33), manteniendo una justa relación con Dios, la humanidad y la naturaleza, entonces la justicia y la paz pueden fluir, como una corriente inagotable de agua pura, nutriendo a la humanidad y a todas las criaturas.
En julio de 2022, en un hermoso día de verano, medité sobre estos argumentos durante mi peregrinación a las riberas del lago Santa Ana, en la provincia de Alberta, en Canadá. Ese lago ha sido y sigue siendo un lugar de peregrinación para muchas generaciones de indígenas. Como dije en aquella ocasión, acompañado por el sonido de los tambores: «¡Cuántos corazones llegaron aquí anhelantes y fatigados, lastrados por las cargas de la vida, y junto a estas aguas encontraron la consolación y la fuerza para seguir adelante! También aquí, sumergidos en la creación, hay otro latido que podemos escuchar, el latido materno de la tierra. Y así como el latido de los niños, desde el seno materno, está en armonía con el de sus madres, del mismo modo para crecer como seres humanos necesitamos acompasar los ritmos de la vida con los de la creación que nos da la vida». [1]
En este Tiempo de la Creación, detengámonos en estos latidos del corazón: el nuestro, el de nuestras madres y abuelas, el latido del corazón del creado y del corazón de Dios. Hoy no están en armonía, no laten juntos en la justicia y en la paz. A muchos se les impide de beber en este río vigoroso. Escuchemos entonces la llamada a estar al lado de las víctimas de la injusticia ambiental y climática, y a poner fin a esta insensata guerra contra la creación.
Vemos los efectos de esta guerra en los muchos ríos que se están secando. «Los desiertos exteriores se multiplican en el mundo, porque se han extendido los desiertos interiores», afirmó una vez Benedicto XVI. [2] El consumismo rapaz, alimentado por corazones egoístas, está perturbando el ciclo del agua en el planeta. El uso desenfrenado de combustibles fósiles y la tala de los bosques están produciendo un aumento de las temperaturas y provocando graves sequías. Horribles carestías de agua afligen cada vez más a nuestras casas, desde las pequeñas comunidades rurales hasta las grandes metrópolis. Además, industrias depredadoras están consumiendo y contaminado nuestras fuentes de agua potable con prácticas extremas como la fracturación hidráulica, para la extracción de petróleo y gas, los proyectos de mega-extracción descontrolada y la cría intensiva de animales. La “Hermana agua”, como la llama san Francisco, es saqueada y trasformada en «mercancía que se regula por las leyes del mercado» (Carta enc. Laudato si’, 30).
El Grupo Intergubernamental de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (IPCC) afirma que una acción urgente por el clima puede garantizarnos no perder la ocasión de crear un mundo más sostenible y justo. Podemos, debemos evitar que se verifiquen las consecuencias peores. «¡Es tanto lo que sí se puede hacer!» (ibid., 180), si, como muchos arroyos y torrentes, al final confluimos juntos en un río potente para irrigar la vida de nuestro maravilloso planeta y de nuestra familia humana para las generaciones futuras. Unamos nuestras manos y demos pasos valientes para que la justicia y la paz fluyan en toda la Tierra.
¿Cómo podemos contribuir al río poderoso de la justicia y de la paz en este Tiempo de la Creación? ¿Qué podemos hacer nosotros, sobre todo como Iglesias cristianas, para sanar nuestra casa común de modo que vuelva estar llena de vida? Debemos decidir transformar nuestros corazones, nuestros estilos de vida y las políticas públicas que gobiernan nuestra sociedad.
En primer lugar, ayudemos a este río poderoso transformando nuestros corazones. Esto es esencial si se quiere iniciar cualquier otra transformación. Es la “conversión ecológica” que san Juan Pablo II nos instó a realizar: la renovación de nuestra relación con la creación, de modo que no la consideremos ya como un objeto del que aprovecharnos, sino por el contrario, la custodiemos como un don sagrado del Creador. Démonos cuenta, además, que un enfoque integral requiere poner en práctica el respeto ecológico en cuatro direcciones: hacia Dios, hacia nuestros semejantes de hoy y de mañana, hacia toda la naturaleza y hacia nosotros mismos.
En cuanto a la primera de estas dimensiones, Benedicto XVI señaló la urgente necesidad de comprender que creación y redención son inseparables: «El Redentor es el Creador, y si nosotros no anunciamos a Dios en toda su grandeza, de Creador y de Redentor, quitamos valor también a la Redención». [3] La creación se refiere al misterioso y magnífico acto de Dios que crea de la nada este majestuoso y bellísimo planeta, así como este universo, y también al resultado de esta acción, todavía en marcha, que experimentamos como un don inagotable. Durante la liturgia y la oración personal en la «gran catedral de la creación», [4] recordemos al Gran Artista que crea tanta belleza y reflexionemos sobre el misterio de la amorosa decisión de crear el cosmos.
En segundo lugar, contribuyamos al flujo de este potente río transformando nuestros estilos de vida. A partir de la grata admiración del Creador y de la creación, arrepintámonos de nuestros “pecados ecológicos”, como advierte mi hermano, el Patriarca Ecuménico Bartolomeo. Estos pecados dañan el mundo natural y también a nuestros hermanos y a nuestras hermanas. Con la ayuda de la gracia de Dios, adoptemos estilos de vida que impliquen menos desperdicio y menos consumo innecesarios, sobre todo allí donde los procesos de producción son tóxicos e insostenibles. Tratemos de estar lo más atentos posible a nuestros hábitos y decisiones económicas, de modo que todos puedan estar mejor: nuestros semejantes, donde quiera que se encuentren, y también los hijos de nuestros hijos. Colaboremos en la continua creación de Dios a través de decisiones positivas, haciendo un uso lo más moderado posible de los recursos, practicando una gozosa sobriedad, eliminando y reciclando los desechos y recurriendo a los productos y a los servicios, cada vez más disponibles que son ecológicamente y socialmente responsables.
Finalmente, para que el río poderoso sigua fluyendo, debemos transformar las políticas públicas que gobiernan nuestras sociedades y modelan la vida de los jóvenes de hoy de mañana. Las políticas económicas que favorecen riquezas escandalosas para unos pocos y condiciones de degradación para muchos determinan el final de la paz y la justicia. Es obvio que las naciones más ricas han acumulado una “deuda ecológica” ( Laudato si’, 51). [5] Los líderes mundiales que estarán presentes en la cumbre COP28, programada en Dubái del 30 de noviembre al 12 de diciembre de este año, deben escuchar la ciencia e iniciar una transición rápida y equitativa para poner fin a la era de los combustibles fósiles. Según los compromisos del Acuerdo de París para frenar el riesgo de calentamiento global, es una contradicción consentir la continua explotación y expansión de las infraestructuras para los combustibles fósiles. Levantamos la voz para detener esta injusticia hacia los pobres y hacia nuestros hijos, que sufrirán las peores consecuencias del cambio climático. Hago un llamado a todas las personas de buena voluntad para que actúen en base a estas orientaciones sobre la sociedad y la naturaleza.
Otra perspectiva paralela se refiere específicamente al compromiso de la Iglesia católica con la sinodalidad. Este año, el cierre del Tiempo de la Creación, el 4 de octubre, fiesta de san Francisco, coincidirá con la apertura del Sínodo sobre la Sinodalidad. Como los ríos que se alimentan de miles de minúsculos arroyos y torrentes más grandes, el proceso sinodal iniciado en octubre de 2021 invita a todos los componentes, en su dimensión personal y comunitaria, a converger en un río majestuoso de reflexión y renovación. Todo el Pueblo de Dios es acogido en un apasionante camino de dialogo y conversión sinodal.
Del mismo modo, como una cuenca fluvial con sus muchos afluentes grandes y pequeños, la Iglesia es una comunión de innumerables Iglesias locales, comunidades religiosas y asociaciones que se alimentan de la misma agua. Cada manantial añade su contribución única e insustituible, para que todas confluyan en el vasto océano del amor misericordioso de Dios. Como un río es fuente de vida para el ambiente que lo circunda, así nuestra Iglesia sinodal debe ser fuente de vida para la casa común y para todos aquellos que la habitan. Y como un río da vida a toda clase de especies animales y vegetales, también una Iglesia sinodal debe dar vida sembrando justicia y paz en cualquier lugar a donde llegue.
En julio de 2022 en Canadá, recordé el Mar de Galilea donde Jesús curó y consoló a mucha gente, y donde proclamó “una revolución de amor”. Escuché que también el Lago de Santa Ana es un lugar de curación, consolación y amor, un lugar que «nos recuerda que la fraternidad es verdadera si une a los que están distanciados, que el mensaje de unidad que el cielo envía a la tierra no teme las diferencias y nos invita a la comunión, a la comunión de las diferencias, para volver a comenzar juntos, porque todos —¡todos!— somos peregrinos en camino». [6]
Que en este Tiempo de la Creación, como seguidores de Cristo en nuestro común camino sinodal, vivamos, trabajemos y oremos para que nuestra casa común esté llena nuevamente de vida. Que el Espíritu Santo siga aleteando sobre las aguas y nos guíe a la “renovación de la superficie de la tierra” (cf. Sal 104,30).
Roma, San Juan de Letrán, 13 de mayo de 2023
FRANCISCO
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[1] Homilía junto al Lago Santa Ana, Canadá, 26 julio 2023.
[2] Homilía en ocasión del solemne inicio del ministerio petrino, 24 de abril de 2005.
[3] Encuentro con el clero de la diócesis de Bolzano-Bressanone, 6 de agosto de 2008.
[4] Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, 21 de julio de 2022.
[5] «Porque hay una verdadera “deuda ecológica”, particularmente entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado de los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos países» ( Laudato si’, 51).
[6] Homilía junto al Lago Santa Ana, Canadá, 26 julio 2023.
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