COMUNIÓN, PARTICIPACIÓN Y MISIÓN: HACIA UN NUEVO HORIZONTE ECLESIAL
La XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, celebrada en el Vaticano del 2 al 27 de octubre de 2024, ha marcado un hito en el desarrollo de una Iglesia cada vez más sinodal y cercana a las realidades humanas contemporáneas. Bajo el lema «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión», el documento final de la Asamblea propone un modelo renovado de Iglesia, que se define por el caminar juntos, la escucha recíproca y una misión compartida. Este evento es la culminación de un proceso sinodal que comenzó en 2021, con el objetivo de repensar la estructura y el papel de la Iglesia en un mundo cambiante.
El corazón de la sinodalidad: comunidad y misión
La primera parte del documento final se centra en el concepto de sinodalidad como el modo natural de ser Iglesia. La sinodalidad no solo se refiere a una estructura de gobierno o a una serie de reuniones, sino que es una forma de vivir la fe, que involucra a todos los miembros de la Iglesia, desde los fieles laicos hasta los pastores. Se pone énfasis en que la comunidad cristiana debe ser un «pueblo de Dios» en el que cada miembro pueda aportar, ser escuchado y formar parte activa de la vida eclesial.
La comunidad cristiana debe ser un «pueblo de Dios» en el que cada miembro pueda aportar, ser escuchado y formar parte activa de la vida eclesial.
La Asamblea señaló que una Iglesia sinodal es una comunidad que aprende a caminar junta, tanto hacia adentro, fortaleciendo sus relaciones, como hacia afuera, respondiendo a las necesidades del mundo. Este «caminar juntos» implica un renovado compromiso con la justicia social, la paz y la reconciliación, inspirado en el Evangelio y con el objetivo de ser una luz para toda la humanidad. Además, se destaca que la sinodalidad tiene como finalidad promover una misión que se ejerza de manera corresponsable, donde todos, sin excepción, sean protagonistas del anuncio del Evangelio.
La conversión de las relaciones y de los procesos
Uno de los elementos clave del documento es la llamada a la conversión de las relaciones, tanto entre los fieles como entre las distintas instancias de la Iglesia. Se insiste en la importancia de relaciones basadas en la escucha y el respeto, promoviendo una mayor inclusión de las voces tradicionalmente marginadas, como las mujeres, los jóvenes y aquellos en situaciones de vulnerabilidad social o económica. La sinodalidad implica un esfuerzo consciente para superar las divisiones y fomentar una comunidad eclesial inclusiva y compasiva.
La conversión también se refiere a los procesos de toma de decisiones dentro de la Iglesia. En el texto se subraya la necesidad de adoptar formas de discernimiento comunitario, basadas en la transparencia y la rendición de cuentas, que permitan a la comunidad participar activamente en las decisiones que afectan a su vida y a su misión. El discernimiento se presenta como una práctica fundamental para mantener la fidelidad al Evangelio, evitando que los intereses particulares prevalezcan sobre el bien común.
La sinodalidad implica un esfuerzo consciente para superar las divisiones y fomentar una comunidad eclesial inclusiva y compasiva.
Además, el documento subraya la importancia de una estructura eclesial capaz de garantizar procesos efectivos de consulta y decisión, que reflejen la diversidad de voces y la participación de todos los sectores del Pueblo de Dios. El reto es lograr que las decisiones sean verdaderamente fruto de una escucha profunda y comunitaria, inspirada por el Espíritu Santo.
La espiritualidad sinodal como profecía social
El documento también destaca que la sinodalidad no solo tiene implicaciones eclesiásticas, sino que también es una profecía para la sociedad. En un contexto mundial marcado por el individualismo, la polarización y la desconfianza en las instituciones, la Iglesia se propone como un signo de unidad y un espacio donde las personas puedan experimentar la fraternidad y el apoyo mutuo. La sinodalidad es vista como un testimonio contracultural que busca inspirar nuevas formas de relación humana, orientadas al bien común y al cuidado del planeta, nuestra casa común.
La dimensión social de la sinodalidad tiene el potencial de ofrecer respuestas concretas a los desafíos globales, como la crisis ambiental, las desigualdades económicas y la exclusión social. Al vivir el espíritu sinodal, la Iglesia puede ser un ejemplo de cómo superar las divisiones, mediante el diálogo y la colaboración, creando redes de solidaridad y apoyo que contribuyan a la construcción de una sociedad más justa y equitativa.
La dimensión social de la sinodalidad tiene el potencial de ofrecer respuestas concretas a los desafíos globales.
Próximos pasos y desafíos
Finalmente, el documento concluye que el camino sinodal no se detiene con el cierre de la Asamblea, sino que requiere una aplicación concreta en las comunidades locales. Las parroquias, las diócesis y las conferencias episcopales son llamadas a seguir este proceso de renovación, implementando formas de escucha y participación efectivas que permitan la construcción de una Iglesia más abierta y acogedora. El reto está en transformar la estructura de la Iglesia desde dentro, para que sea coherente con su misión evangélica y capaz de responder a los signos de los tiempos.
El documento final también invita a las comunidades locales a buscar formas creativas y efectivas de formación en la sinodalidad, que permitan a todos los miembros de la Iglesia comprender y vivir este proceso. Se destaca la importancia de la formación en el discernimiento espiritual, para que todos los fieles puedan ser parte activa del proceso de toma de decisiones y contribuyan al crecimiento de la comunidad.
Se destaca la importancia de la formación en el discernimiento espiritual.
El documento final de la XVI Asamblea General del Sínodo de los Obispos representa una invitación a toda la Iglesia a ser verdaderamente sinodal: una comunidad de hermanos y hermanas, diversa pero unida, abierta a la acción del Espíritu Santo y comprometida con la misión de anunciar el Evangelio al mundo. Este momento sinodal se presenta como una oportunidad para redescubrir la identidad comunitaria de la Iglesia y renovar su compromiso con la humanidad, especialmente con los más pobres y marginados. La sinodalidad no es simplemente una metodología de trabajo eclesial, sino una manera de ser Iglesia que refuerza el sentido de pertenencia y corresponsabilidad en la misión común de anunciar el Reino de Dios.
Fr. Antonio Carrón de la Torre, OAR
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MENSAJE DEL PRIOR GENERAL A LA FRATERNIDAD SEGLAR AGUSTINO RECOLETA CON MOTIVO DE LA FIESTA DE SANTA MAGDALENA DE NAGASAKI
Que el Dios de la esperanza colme nuestros corazones de alegría y paz.
Estimados hermanos de la Fraternidad Seglar:
Celebraremos la fiesta de Santa Magdalena de Nagasaki, patrona de la Fraternidad Seglar Agustino-Recoleta. Como cada año, les hago llegar estas letras para animarlos a vivir con fidelidad y renovado entusiasmo la vocación a la que el Señor los ha llamado. Es importante recordar que la Fraternidad Seglar es, precisamente, una vocación para vivir el bautismo en la comunidad eclesial.
Este año, la Orden ha reflexionado sobre el valor de las cosas pequeñas. El lema que ha presidido nuestras casas ha sido una frase de San Agustín: «Si aspiras a lo grande, comienza por lo pequeño». A veces, cuando observamos la vida de los santos, sentimos que son tan inmensos y grandiosos que nos resultan inalcanzables. Esto puede llevarnos a pensar que la santidad no es para nosotros. Sin embargo, olvidamos que la santidad se forja pieza a pieza, granito a granito, gesto a gesto, con la gracia de Dios. La santidad está hecha de pequeñas cosas realizadas con mucho amor. Recuerden que incluso el vaso de agua dado en nombre de Cristo no quedará sin recompensa.
La santidad no depende tanto de lo que hacemos, sino de cómo lo hacemos, del amor que ponemos en cada acción que realizamos.
La santidad no depende tanto de lo que hacemos, sino de cómo lo hacemos, del amor que ponemos en cada acción que realizamos. Por eso tenemos santos que fueron pescadores, agricultores, pastores, comerciantes, profesores, amas de casa, porteros, reyes o príncipes.
La santidad no se compra, se adquiere amando, y por eso está al alcance de todos.
La santidad no es propiedad exclusiva de los sabios ni de los grandes oradores, por eso hay santos analfabetos y muchas personas sencillas y humildes de corazón.
La santidad no es patrimonio exclusivo de aquellos que abandonan todo para seguir a Jesús en la vida religiosa o sacerdotal, sino de quienes no abandonan a Dios de sus vidas.
La santidad no está reservada a quienes hablan con retórica y elegancia, sino a quienes aman y hablan con el corazón, olvidándose de sí mismos para ayudar al prójimo.
La santidad no tiene nada que ver con el estado de vida, por lo que tenemos santos casados, solteros, viudos y consagrados.
La santidad no tiene restricción de edad, pues hay santos niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos.
La santidad tampoco está condicionada por la posición social; habita en el suburbio y en el centro de la ciudad, en el campo y en la urbe, en la sierra y junto al mar.
La santidad no tiene ideología ni bandos. No perjudica la salud, por lo que puede ser practicada sin riesgos por jóvenes que buscan emociones fuertes, o por quienes esperan el amor en un lecho de hospital.
La santidad no consiste en hacer milagros, ni en entregar el cuerpo a las llamas, ni en hablar la lengua de los ángeles, sino en AMAR.
Santa Magdalena de Nagasaki es un ejemplo inspirador de cómo los pequeños actos pueden tener un profundo impacto en la vida de las personas y en la historia.
Al mirar la vida de nuestra querida Magdalena de Nagasaki, no caigan en la tentación de alejarse al contemplar su admirable y excelsa existencia. Su vida, como la de todos nosotros, se fue construyendo día a día, con pequeños gestos. El martirio de Magdalena fue la culminación de una vida vivida con sencillez, fidelidad y entrega generosa. La fidelidad de hoy, la lucha contra las tentaciones de hoy nos prepara para la victoria de mañana.
Santa Magdalena de Nagasaki es un ejemplo inspirador de cómo los pequeños actos pueden tener un profundo impacto en la vida de las personas y en la historia. Nacida en tiempos de gran adversidad, se destacó por su valentía y dedicación a los demás. En una época de persecución de la fe cristiana en Japón, ella y otros mártires demostraron que incluso los gestos más pequeños de amor y compasión pueden ser faros de esperanza.
Magdalena fue testigo del martirio de sus padres y de los frailes recoletos. Podría haber elegido apostatar o huir para evitar el mismo destino, pero prefirió esconderse en los montes junto a otros hermanos en la fe. En esos montes, Magdalena consoló a los afligidos, fortaleció a los desanimados, catequizó corazones, sirvió como intérprete para los agustinos recoletos, y oraba con la comunidad perseguida, manteniendo viva la llama de la fe. No realizó grandes hazañas ni buscó reconocimiento, pero su corazón, lleno de amor, desbordaba en pequeños actos de bondad. Y esos pequeños actos de amor están al alcance de todos nosotros, que estamos hechos del mismo barro de Magdalena: el barro de la fragilidad, de la pobreza, del miedo, de la duda y del desánimo. Somos barro, pero también capaces de amar, y ahí reside el milagro, pues con ese amor podemos transformar todo. Somos capaces de vivir con pasión y con alegría, de anhelar, soñar y transformar las cosas, de convertir nuestra flaqueza en una fortaleza por ese amor que todo lo transforma. Somos barro, sí, pero podemos ser reflejo del alfarero que hace de cada uno de nosotros una pieza única y magnífica. Somos barro, sí, pero barro enamorado….
La historia de Santa Magdalena nos recuerda que cada pequeño gesto cuenta.
En nuestra vida cotidiana, a menudo nos sentimos abrumados por los grandes problemas que nos rodean; sin embargo, la historia de Santa Magdalena nos recuerda que cada pequeño gesto cuenta. Una sonrisa, una palabra amable, una llamada, una visita al enfermo o anciano, o simplemente estar presente en la vida de quien nos necesita, son acciones que pueden transformar el día de otra persona. Como Magdalena, podemos aspirar a lo grande comenzando por lo pequeño que tenemos a nuestro alcance.
Que al renovar las promesas que un día hicieron, comprendan que el Señor nos llama, en nuestro estado y condición actual, a vivir la santidad de las pequeñas cosas.
¡Feliz fiesta de Santa Magdalena!
CDMX, 16 de octubre de 2024.
Fr. Miguel Ángel Hernández, OAR
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25 AÑOS DEL VICARIATO APOSTÓLICO DE TRINIDAD, CASANARE
El próximo 29 de octubre celebraremos los 25 años de la erección canónica del Vicariato Apostólico de Trinidad, Casanare. Fue el papa San Juan Pablo II, quien el 29 de octubre de 1999 suprimió el Vicariato Apostólico de Casanare y al mismo tiempo en su territorio erigió la diócesis de Yopal y el Vicariato Apostólico de Trinidad. Durante este mes misionero, conoceremos un poco de este territorio de misión, encomendado a la Orden de Agustinos Recoletos por el Papa León XIII, el 17 de junio de 1893; del que San Ezequiel Moreno fue su primer Vicario Apostólico.
El Vicariato está comunicado con el interior del país por carretera y por los ríos Pauto y Meta con los poblados más alejados de la región, al menos en el tiempo de lluvias. La región es un típico territorio misional. Las condiciones de trabajo de los religiosos y demás evangelizadores son difíciles. Quedan lugares donde aún no se ha llegado o se ha llegado sólo esporádicamente. La extensión del territorio tiene una superficie aproximada de 27.075 Km² y una población cercana a los 70.000 habitantes.
El Vicariato abarca en su totalidad los municipios de Trinidad, San Luis de Palenque, Orocué y Maní, las zonas orientales de Hato Corozal, Paz de Ariporo y la zona sur del municipio de Tauramena.
La atención pastoral del territorio continúa encomendada a los religiosos Agustinos Recoletos, quienes están dispuestos a continuar en este territorio como colaboradores en la obra misionera de la Iglesia Colombiana y de la Orden. La sede del Vicario está ubicada en el pueblo de Trinidad, de donde toma su nombre el Vicariato.
Trinidad es de fundación colonial, cuna de próceres de la independencia nacional. Pueblo con larga tradición parroquial y misional. Es la población más desarrollada de toda el área central del llano casanareño. Relativamente importante como puerto fluvial sobre el río Pauto, que desemboca al importante río Meta.
Su actual Vicario Apostólico es Mons. Héctor Javier Pizarro Acevedo, religioso de la Orden de los Agustinos Recoletos, nombrado el 23 de octubre de 2000.
LAS HUELLAS DE NUESTRO SANTO RECOLETO
«¡Son Los Llanos, Los Llanos…!», exclamaron los guías.
Detuviste el caballo frente a la inmensidad.
«¡Son Los Llanos, Los Llanos…!», con fervor repetías,
alumbrados tus ojos de interior claridad.
Ya siembra tu espiga, ya hay cosecha en el Llano,
los trigales maduros ya reclaman tu hoz…
Aún esperan que vuelvas, el cayado en la mano,
las ovejas que añoran el metal de tu voz.
Con versos encendidos como éstos evocaba el recoleto Serafín Prado la emoción de san Ezequiel a la vista de Los Llanos de Casanare; una emoción que todos sus hermanos de hábito compartirán siempre, dado el arraigo que esta misión tiene en la historia de la Orden.
DATOS HISTÓRICOS
Desde que, en julio de 1662, la Real Audiencia de Bogotá encomendara a los candelarios las misiones del Oriente colombiano, Casanare ha sido siempre parte integrante y la más preciada del patrimonio de la Orden en Colombia. Desde que san Ezequiel Moreno pone pie allí para restaurar la provincia de La Candelaria, se esfuerza al máximo en recuperar estas misiones. A fines de 1890 lleva a cabo una gira de cuatro meses; una gira de reconocimiento que le sirve también para dar a conocer en la prensa nacional lo que entonces era un rincón perdido del país. Gracias a lo cual, Casanare se convierte en 1893 en la primera jurisdicción eclesiástica misional de Colombia, y san Ezequiel en el primer Vicario Apostólico de Casanare.
El Santo fue obispo de Casanare menos de dos años. Pero a él le sucedió otro agustino recoleto, el padre Nicolás Casas. Y, tras él y hasta el presente, todos los obispos han sido recoletos. El último de ellos, monseñor Olavio López, vio con claridad que lo que venía siendo territorio misional había llegado a la madurez, y el Vicariato podía hacerse diócesis formal. En octubre de 1999 consiguió de la Santa Sede que, con parte del territorio casanareño, se creara la diócesis de Yopal. El resto formaría el Vicariato Apostólico de Trinidad, con sede en la población de este nombre.
Al año siguiente, concretamente el 24 de noviembre de 2000, se dio a conocer el nombramiento del primer obispo Vicario de Trinidad. Era el padre Javier Pizarro, también agustino recoleto. Había nacido en Medellín en 1951 y, a lo largo de su vida religiosa, se había dedicado principalmente a la formación de los jóvenes aspirantes. Lo mismo que san Ezequiel, fue consagrado en la catedral de Bogotá, el 27 de enero de 2001, para tomar posesión de su sede en Trinidad el día 11 de febrero.
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ASÍ SE CELEBRÓ EL ‘DÍA DE LA CULTURA LATINA’ EN COLOMBIA
En el marco de la Semana Agustiniana, el pasado 29 de agosto, el Colegio Agustiniano Suba de Bogotá (Colombia), conmemoró el ‘Día de la Cultura Latina’, una iniciativa organizada por el área de Ciencias Sociales que destacó la riqueza y diversidad cultural de los países latinoamericanos.
Esta actividad, que involucró a toda la comunidad estudiantil, se centró en la representación de distintos países de la región a través de juegos tradicionales, bailes folclóricos, muestras gastronómicas e, incluso, exposiciones sobre la economía, política y tradiciones culturales de cada nación.
Cada curso del colegio tuvo la oportunidad de representar un país latinoamericano, y fue una oportunidad para promover así el conocimiento y la apreciación de las culturas hermanas de la región. Sin embargo, el evento fue más allá de las fronteras del colegio gracias a la participación de varias instituciones educativas agustinianas de diferentes países de América Latina, todas ellas conectadas a través de la Red Educar.
A través de esta red, se invitó a colegios agustinianos de otros países a unirse a la celebración mediante el envío de videos representativos de sus culturas. Participaron: el Colegio Agustiniano San Martín de Porres (Lima, Perú), el Colégio Santo Agostinho (Río de Janeiro, Brasil), la Escuela Parroquial Santa Rita (San Cristóbal, República Dominicana), el Colegio Técnico Agustiniano Ciudad de los Niños (Cartago, Costa Rica), el Colegio Agustiniano Cristo Rey (Caracas, Venezuela) y el Colegio San Ezequiel Moreno (Santa Fe, Argentina).
Estos videos, que mostraban aspectos clave de la vida cultural de sus respectivos países, fueron presentados a todos los estudiantes del Colegio Agustiniano Suba. Como los propios profesores y alumnos han señalado, esto despertó un gran sentido de fraternidad e identidad agustiniana. Además, ayudó a los estudiantes a identificar similitudes entre las culturas latinoamericanas, y a fomentar la apropiación de estas tradiciones y el reconocimiento de pertenecer a una gran familia agustiniana internacional.
La celebración fue un éxito, no sólo por su contenido educativo, sino también por el mensaje de hermandad que se compartió entre los centros agustinianos. El colegio agradeció profundamente la colaboración de todas las instituciones participantes que, con su tiempo y dedicación, ayudaron a fortalecer los lazos de amistad y fraternidad dentro de la Orden y la Red Educar.
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SAN AGUSTÍN, EL MISIONERO QUE INVITA A TODOS LOS BAUTIZADOS A SER MISIONEROS ENVIADOS
¿Fue san Agustín misionero? ¿Su vida y su acción pastoral serían un ejemplo para los misioneros hoy? ¿Qué entendía Agustín por misión? ¿Por qué todo cristiano debe ser misionero? ¿Cómo llevar el mensaje a los que no creen? ¿Hemos de adaptar el Evangelio a la cultura? Agustín de Hipona ofreció respuestas a todos estos interrogantes. Lo vemos con la ayuda del agustinólogo Enrique Eguiarte, agustino recoleto.
La Iglesia entiende por misión ad gentes el hecho de llevar el Evangelio a los lugares donde aún no conocen a Cristo. Este concepto, sin embargo, es muy distinto de lo que san Agustín (354-430) y sus contemporáneos entendían por misión.
Había entonces una frontera marcada por el Imperio Romano: los confines de la civilización y de la evangelización se circunscribían a esa verdadera frontera mental, vital y cultural. En este conjunto abigarrado de culturas, pueblos, lenguas y razas se vivía lo que san Agustín llamaba los christiana tempora (Cons. eu. 1, 51), los tiempos del cristianismo, en donde se seguía cumpliendo con éxito el mandato de Cristo de anunciar el Evangelio.
En esos «tiempos cristianos» los núcleos paganos, todavía fuertes, radicales y violentos, poco a poco eran doblegados a fuerza de leyes y decretos imperiales, y tenían su contraparte en las revueltas y movimientos populares. Un triste y dramático ejemplo se dio en la ciudad de Sufetula (hoy Sbeitla, Túnez), donde un grupo de cristianos había destruido la estatua del dios Hércules; los paganos, en revancha, mataron a sesenta cristianos (Ep. 50).
En esa mentalidad y cosmovisión, fuera de las fronteras del Imperio Romano se extendía un vasto y terrible mundo bárbaro. San Agustín fue testigo y tuvo que sufrir al final de sus días el avance de los vándalos de Genserico, que habían sido mal evangelizados por misioneros arrianos, hecho que los convirtió en enemigos y perseguidores de la Iglesia Católica.
Evangelizar en un mundo lleno de sectas, divisiones y herejías
Ciertamente, un primer confín del mundo al que llevar el Evangelio era aquel que delimitaba el propio Imperio Romano. Como obispo de una ciudad portuaria como Hipona, Agustín sabía que a bordo de las naves mercantes no solo viajaban el trigo, el aceite, el vino y otras mercancías del norte de África, sino también el Evangelio de Cristo y, junto con él, en muchos casos, las palabras y el mensaje de los maniqueos.
El Maniqueísmo practicaba un proselitismo imparable y se había difundido sobre todo entre los comerciantes y mercaderes en un grado inimaginable: los arqueólogos han descubierto libros maniqueos en diversos puntos lejanos e incluso fuera del Imperio Romano, en el Turquestán o China.
Paradójicamente un ejemplo de missio ad gentes en el tiempo de san Agustín podría ser el de los propios maniqueos, aunque se presentaban más como una sociedad secreta que como una religión. En parte, el maniqueísmo se propagó más fácilmente entre comerciantes y mercaderes, pues así fortalecían sus alianzas en base a la pertenencia a una misma secta o grupo secreto.
A diferencia de esos misioneros maniqueos, san Agustín entiende la misión de otra manera. Para él se trata de llevar el Evangelio hasta los confines del mundo, es decir del Imperio Romano, donde todavía no acababa de implantarse correctamente. En este sentido es un gran misionero, pues se encarga de realizar una misión para reunificar a la Iglesia del norte de África, dividida desde el año 311 en el doloroso cisma del Donatismo. Sus esfuerzos para buscar el diálogo y el acercamiento de las dos Iglesias, Católica y Donatista, serán ímprobos.
Encuentra dos problemas fundamentales, cuya solución debería ser un ejemplo para la misionología contemporánea, y también para todos los misioneros en la actualidad. El primero es cómo presentar a un pueblo sencillo e inculto las verdades de la fe católica y los errores de los donatistas; el segundo, el uso “político” de las lenguas latina y púnica del que hicieron uso los donatistas.
Aquel pueblo era más visceral que intelectual, no valían de mucho las ideas ni las brillantes exposiciones filosóficas. Era preciso evangelizar de una manera sencilla, clara y contundente. Para ello san Agustín aguzó su ingenio de pedagogo y misionero, y compuso la obra llamada Psalmus contra Partem Donati, un ejemplo brillante de pedagogía, catequesis y misión.
Agustín expone la historia del donatismo y sus errores usando versos octosílabos, ya que esta cadencia latina se presta para ser cantada. En otras palabras, compuso la letra de una canción, sabiendo que las personas sencillas, mientras trabajaban, caminaban o hacían sus labores cotidianas, iban canturreando tonadas pegadizas. Así, mientras las cantaban, podían darse cuenta de los errores y evitar toda simpatía por este cisma.
Había un segundo problema que solucionar. Un gran número de los fieles del norte de África no hablaban latín, lengua de las grandes ciudades y sus zonas de influencia, mientras que en las aldeas y en los campos seguía hablándose el púnico. La Iglesia donatista se había hecho fuerte precisamente en esas zonas, en donde no era eficaz la labor de los misioneros que hablaban en latín, ya que ellos eran la Iglesia que hablaba en púnico.
San Agustín prepara algunos ministros para evangelizar el mundo púnico. De ello es testimonio la Carta 84, en donde pide al obispo Novato que le permita seguir reteniendo a su hermano, el diácono Lucilo, hablante nativo del púnico, pues escasean los predicadores de esta lengua:
Agustín quiere evangelizadores que le ayuden en la misión de llevar la palabra de Dios y la fe Católica en la lengua nativa de la gente. San Agustín no hablaba púnico; conocía ciertas palabras y expresiones que usaba en sus sermones, como ejemplo de inculturación, elemento esencial en la labor misionera.
En uno de sus sermones, para llamar la atención de los hablantes del púnico, cita un proverbio púnico para señalar que cuando sucede alguna desgracia es mejor hacer todo lo posible para que pase aunque, paradójicamente, haya que perder algo para poder ganar:
Este mismo deseo evangelizador y misionero quedó plasmado en la triste historia de Antonino de Fusala, que el mismo Agustín cuenta en las cartas 209 y 20*. Fusala era una población en la que había existido una numerosa comunidad donatista, pero que una vez que el error había desaparecido –por lo menos en teoría, según las disposiciones de la Conferencia del Cartago del año 411–, era preciso por razones pastorales y misioneras establecer un obispo católico.
Fusala estaba a unos cien kilómetros de Hipona, y san Agustín encontraba dificultades para atender y cuidar espiritualmente a sus habitantes. No obstante, quien había sido elegido obispo en esa población de habla mayoritariamente púnica, el mismo día de la ordenación se opuso a la misma. Lo cuenta Agustín mismo:
San Agustín, no queriendo defraudar a los obispos presentes, y sobre todo en atención al anciano obispo primado de Numidia que había hecho un largo viaje para estar presente, echó mano de manera precipitada del joven lector Antonino, principalmente por su competencia lingüística en púnico. No obstante, como señala el mismo san Agustín, su precipitación y poca prudencia causaron un desastre:
La catástrofe que provocó la precipitación es por todos conocida por los mismos escritos agustinianos; pero demuestra que san Agustín, como misionero, se preocupó e hizo todo lo posible para que a estas personas les fuera anunciado el Evangelio en su lengua.
Evangelizar con la cultura y la ciencia
Por otro lado, cabe señalar la labor misionera de san Agustín con los paganos. Había grupos paganos que usaban la violencia para mantener sus cultos y contraponerse a las leyes y a la Iglesia Católica. San Agustín les invita a la cordura y a acatar el estatuto jurídico del Imperio para evitar la violencia.
A los paganos cultos, Agustín les dirige diversas cartas y les invita a descubrir la verdad del Evangelio en una verdadera misión intelectual. Creó un verdadero areópago de diálogo donde empeñó lo mejor de su ciencia filosófica, literaria, retórica y evangélica.
Podría ser ejemplificada con el intercambio epistolar con dos personas, por limitarnos a un par de ejemplos. Uno de ellos era un joven llamado Dióscoro, a quien san Agustín dirige las cartas 117 y 118, y a quien finalmente exhorta a que abrace la humildad de Cristo. Posiblemente una de las frases más famosas de san Agustín en torno a la humildad la tenemos en esta carta:
El otro pagano a quien san Agustín escribe y a quien le explica los misterios de la fe católica es Volusiano, un rico aristócrata que reunía un círculo pagano en donde se discutían las verdades de la filosofía pagana, pero también tenían interés por conocer el pensamiento cristiano.
Agustín aprovecha esta inquietud para hacer una exposición de qué es el cristianismo, llevando a Cristo por el camino de la ciencia y del conocimiento, camino que nunca debe estar cerrado en el concepto misional de la familia agustiniana. A Volusiano le escribe una de sus fórmulas cristológicas más profundas, que sirvió de base para la definición dogmática del Concilio de Calcedonia en el 451, al señalarle que en Cristo hay una persona en donde se unen dos naturalezas:
Volusiano acabará convirtiéndose a la fe católica en el lecho de muerte, como era costumbre de muchas personas en la antigüedad tardía.
Todos misioneros
Finalmente, san Agustín recuerda que todo bautizado está llamado a convertirse en misionero. El conocimiento de la persona de Cristo, de su mensaje y de su amor, no pueden dejar indiferente, sino que empuja al bautizado a ser un misionero, a intentar llevar a todos hacia Cristo; y no solo a los que están lejos, sino particularmente a aquellos con quienes convive.
Este concepto de misión es particularmente importante hoy, que vivimos en una cultura postcristiana que globaliza la indiferencia religiosa. En este contexto san Agustín llamaría a todos los bautizados a recordar el mandato misionero de Cristo, y a saber que, si verdaderamente se ama a Cristo, no se puede dejar de hablar de él y de arrastrar a él a todas las personas.
Agustín da un ejemplo ilustrador: así como quienes son aficionados al teatro o a las carreras de carros en el circo intentan atraer a todos para que todos admiren y amen al actor o al auriga admirado, el cristiano debe hacer lo mismo, llevar y atraer a todos hacia Cristo, con esa misma pasión de las propias aficiones.
El cristiano necesita orar más para tener este fervor y este espíritu misionero, no en un país lejano, sino donde posiblemente es más difícil, en su propio contexto y entre los suyos. Así lo dice, invitándonos a que arda en nosotros la llama misionera, recordando que somos todos misioneros:
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