LAS MISIONERAS AGUSTINAS RECOLETA EN LA MISIÓN DE BOCAS DEL PAUTO
El pasado domingo 23 de febrero, en la Eucaristía de 10:00 am, fueron presentadas las Misioneras Agustinas Recoletas, MAR; a la comunidad del corregimiento Bocas del Pauto, Trinidad, Casanare, donde realizarán un trabajo de evangelización conjunto con los religiosos agustinos recoletos. La Eucaristía fue presidida por monseñor Javier Pizarro, acompañado por fray José David Niño Gómez, Prior provincial; fray Juan Pablo Martínez Peláez, Secretario y algunos religiosos del Vicariato Apostólico de Trinidad, Casanare.
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¡El Anuario 2024 ya está disponible! Esta nueva edición recoge los momentos más importantes del año pasado y nos invita a reflexionar sobre la fuerza de los pequeños gestos bajo el lema «¿Aspiras a lo grande? Comienza por lo pequeño (Sermón 69)». A lo largo de sus páginas, el Anuario nos lleva de viaje por las distintas presencias de la Orden, destaca historias de entrega y testimonios de fe, y también presenta los nuevos proyectos que nacieron el 2024.
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El Anuario 2024 está dividido en varias secciones:
Reflexión y mensaje inicial
Este año, el lema que nos acompaña es claro, inspiradores el Sermón número 69 de san Agustín. En la carta inicial del Prior general, Fr. Miguel Ángel Hernández, se nos invita a valorar lo cotidiano, a reconocer la grandeza en lo simple y a redescubrir la importancia de la comunidad.
Grandes momentos del año
Desde la celebración del 125º aniversario de la presencia de los Agustinos Recoletos en Venezuela hasta el Congreso Misional de la Provincia San Ezequiel Moreno pasando por el encuentro de obispos agustinos recoletos en Brasil, el Anuario recopila los acontecimientos que han marcado este 2024.
Memoria gráfica
Dicen que una imagen vale más que mil palabras, y esta sección lo demuestra. A través de una selección de fotografías, podemos revivir los momentos más significativos del año: visitas a misiones, encuentros comunitarios y la labor incansable en distintas provincias.
Voces con historia
Una de las secciones más especiales del Anuario es la dedicada a las entrevistas y testimonios de quienes, con su trabajo y vocación, han dejado huella
en la vida de la Orden este año. En esta edición, el Secretario general, Fr. Luciano Audisio, ha compartido una mirada cercana sobre los desafíos y logros de este año. Fr. Luciano ha destacado la importancia de mantener viva la misión agustino recoleta en un mundo cada vez más cambiante. También ha hablado sobre los esfuerzos por fortalecer la sinodalidad, el papel de la formación en la vida religiosa y la necesidad de estar siempre atentos a las necesidades de las comunidades más vulnerables.
Otro testimonio destacado es el de Fr. Alonso Restrepo, quien ha abierto su corazón para hablar sobre su camino en la evangelización. Desde sus primeros años en la Orden hasta su labor actual, Fr. Alonso ha compartido experiencias que reflejan la esencia de la misión agustino recoleta: cercanía, servicio y amor al prójimo.
A través de sus palabras, hemos conocido la realidad de las comunidades a las que ha servido y cómo, en cada rincón del mundo, la fe sigue siendo un pilar fundamental para muchas personas.
Además de estas dos entrevistas principales, el anuario recoge relatos y testimonios de misioneros, educadores y agentes de pastoral que han trabajado incansablemente en sus comunidades. Son historias que reflejan el día a día de la vida religiosa, las alegrías y desafíos del apostolado, y el impacto que tienen las pequeñas acciones en la transformación de la sociedad.
Educación y misión pastoral
El Anuario 2024 destaca los avances y proyectos que la Red EDUCAR ha desarrollado a lo largo del año en los distintos centros educativos agustino recoletos. Uno de los enfoques principales ha sido la mejora continua en la calidad de la enseñanza y la implementación de nuevas metodologías basadas en el modelo pedagógico agustiniano. También se ha resaltado la expansión de programas de acompañamiento vocacional y pastoral juvenil.
La acción de ARCORES en 2024
La labor solidaria de los Agustinos Recoletos también tiene un espacio destacado en el Anuario 2024, donde se han presentado los proyectos más significativos desarrollados por ARCORES, la red internacional de solidaridad de la Orden.
Entre las iniciativas más relevantes del año, se encuentran programas de ayuda humanitaria en comunidades afectadas por crisis económicas y desastres naturales, así como el fortalecimiento de proyectos educativos y de seguridad alimentaria en distintas regiones del mundo.
El anuario también recoge historias de misión y servicio de voluntarios y religiosos que han llevado adelante estas iniciativas en contextos de vulnerabilidad. Se resalta, por ejemplo, la labor en zonas de
África y América Latina, donde la presencia de ARCORES ha significado oportunidades concretas para el desarrollo de comunidades marginadas.
El anuario, que pronto estará disponible en otros idiomas, es una invitación abierta a descubrir todo lo que ha pasado en nuestra comunidad durante 2024. ¡No te lo pierdas!
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¡EL ANUARIO 2024 YA ESTÁ DISPONIBLE!
HE ENCONTRADO ORO EN ROMA
Estoy a diez mil pies de altura, en un avión de vuelta a casa. Para ser alguien que le teme a volar, lo hago con bastante frecuencia. Y siempre, cuando salgo de casa y voy camino al aeropuerto, me embarga la misma pregunta: ¿Quién me manda salir de mi hogar, con lo bien que estoy ahí? Sin embargo, una vez que llego a mi destino, siempre disfruto enormemente la experiencia.
El pasado 19 de enero me embarqué en una nueva aventura aérea rumbo a Roma, para participar en el Encuentro de Comunicadores OAR, el Congreso de Profesionales de la Comunicación de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz y el Jubileo de los Comunicadores.
Mientras iba de camino, me quejaba del trabajo que dejaba pendiente y pensaba en todo el tiempo que “perdería”. Incluso, en medio de una turbulencia, llegué a arrepentirme de haber aceptado esta oportunidad. ¡Qué equivocado estaba!
Apenas llegué a Roma, me encontré con comunicadores maravillosos: algunos ya conocidos, otros verdaderos descubrimientos. Pero, sobre todo, me llené de esperanza.
Primero, pude compartir con mis hermanos de comunidad el regalo que significa comunicar el mensaje de los Agustinos Recoletos. Doy gracias a Dios por permitirnos encontrar en el camino a tantas personas que creen en nuestro proyecto como Familia Religiosa.
Después, conocer a tantos comunicadores, tanto en el congreso como en el jubileo, fue un verdadero regalo. Hombres y mujeres que viven con pasión y responsabilidad la labor de comunicar el mensaje más importante de todos:
¡Dios se ha hecho carne para habitar entre nosotros!
Al cruzar la Puerta Santa, experimenté un sentimiento de consolación. Comprendí que todo lo que hago en mi labor como comunicador no es por perseguir un ego personal ni por buscar mi propia gloria, sino por Él, que se entregó en la cruz por amor a mí. Y lo único que deseo comunicar es que Él nos amó primero.
También encontré la respuesta a la pregunta que siempre me hago al salir de casa rumbo al aeropuerto: Quien me envía es el Señor, que desea compartir su mensaje con el mundo a través de este pobre siervo y de tantos otros.
Durante estos días, me encontré con muchos comunicadores apasionados, cada uno una pepita de oro distinta: algunas más grandes, otras más acrisoladas, pero todas valiosas. Juntos, intentamos mostrar la corona de gloria de nuestro Señor.
Me quedo con las palabras de San Francisco de Sales: “Comunicar es cosa del corazón.”
Y, como todas las cosas del corazón, es necesario entrar en nuestro interior, y dejarnos moldear por el Señor. Solo así podremos encontrar oro y compartirlo con el mundo.
Fr. Alfonso Dávila, OAR
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MENSAJE DEL SANTO PADRE, EL PAPA FRANCISCO: «LA ESPERANZA NO DEFRAUDA» (RM 5,5) Y NOS HACE FUERTES EN LA TRIBULACIÓN
Celebramos la XXXIII Jornada Mundial del Enfermo en el Año Jubilar 2025, en el que la Iglesia nos invita a hacernos “peregrinos de esperanza”. En esto nos acompaña la Palabra de Dios que, por medio de san Pablo, nos da un gran mensaje de aliento: «La esperanza no defrauda» (Rm 5,5), es más, nos hace fuertes en la tribulación.
Son expresiones consoladoras, pero que pueden suscitar algunos interrogantes, especialmente en los que sufren. Por ejemplo: ¿cómo permanecer fuertes, cuando sufrimos en carne propia enfermedades graves, invalidantes, que quizás requieren tratamientos cuyos costos van más allá de nuestras posibilidades? ¿Cómo hacerlo cuando, además de nuestro sufrimiento, vemos sufrir a quienes nos quieren y que, aun estando a nuestro lado, se sienten impotentes por no poder ayudarnos? En todas estas situaciones sentimos la necesidad de un apoyo superior a nosotros: necesitamos la ayuda de Dios, de su gracia, de su Providencia, de esa fuerza que es don de su Espíritu (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1808).
Detengámonos pues un momento a reflexionar sobre la presencia de Dios que permanece cerca de quien sufre, en particular bajo tres aspectos que la caracterizan: el encuentro, el don y el compartir.
Mensaje del Santo Padre Francisco – https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/sick/documents/20250114-giornata-malato.html
MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON OCASIÓN DE LA XXXIII JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO
11 de febrero de 2025
«La esperanza no defrauda» (Rm 5,5)
y nos hace fuertes en la tribulación
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos la XXXIII Jornada Mundial del Enfermo en el Año Jubilar 2025, en el que la Iglesia nos invita a hacernos “peregrinos de esperanza”. En esto nos acompaña la Palabra de Dios que, por medio de san Pablo, nos da un gran mensaje de aliento: «La esperanza no defrauda» (Rm 5,5), es más, nos hace fuertes en la tribulación.
Son expresiones consoladoras, pero que pueden suscitar algunos interrogantes, especialmente en los que sufren. Por ejemplo: ¿cómo permanecer fuertes, cuando sufrimos en carne propia enfermedades graves, invalidantes, que quizás requieren tratamientos cuyos costos van más allá de nuestras posibilidades? ¿Cómo hacerlo cuando, además de nuestro sufrimiento, vemos sufrir a quienes nos quieren y que, aun estando a nuestro lado, se sienten impotentes por no poder ayudarnos? En todas estas situaciones sentimos la necesidad de un apoyo superior a nosotros: necesitamos la ayuda de Dios, de su gracia, de su Providencia, de esa fuerza que es don de su Espíritu (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1808).
Detengámonos pues un momento a reflexionar sobre la presencia de Dios que permanece cerca de quien sufre, en particular bajo tres aspectos que la caracterizan: el encuentro, el don y el compartir.
1. El encuentro. Jesús, cuando envió en misión a los setenta y dos discípulos (cf. Lc 10,1-9), los exhortó a decir a los enfermos: «El Reino de Dios está cerca de ustedes» (v. 9). Les pidió concretamente ayudarles a comprender que también la enfermedad, aun cuando sea dolorosa y difícil de entender, es una oportunidad de encuentro con el Señor. En el tiempo de la enfermedad, en efecto, si por una parte experimentamos toda nuestra fragilidad como criaturas —física, psicológica y espiritual—, por otra parte, sentimos la cercanía y la compasión de Dios, que en Jesús ha compartido nuestros sufrimientos. Él no nos abandona y muchas veces nos sorprende con el don de una determinación que nunca hubiéramos pensado tener, y que jamás hubiéramos hallado por nosotros mismos.
La enfermedad entonces se convierte en ocasión de un encuentro que nos transforma; en el hallazgo de una roca inquebrantable a la que podemos aferrarnos para afrontar las tempestades de la vida; una experiencia que, incluso en el sacrificio, nos vuelve más fuertes, porque nos hace más conscientes de que no estamos solos. Por eso se dice que el dolor lleva siempre consigo un misterio de salvación, porque hace experimentar el consuelo que viene de Dios de forma cercana y real, hasta «conocer la plenitud del Evangelio con todas sus promesas y su vida» (S. Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes, Nueva Orleans, 12 septiembre 1987).
2. Y esto nos conduce al segundo punto de reflexión: el don. Ciertamente, nunca como en el sufrimiento nos damos cuenta de que toda esperanza viene del Señor, y que por eso es, ante todo, un don que hemos de acoger y cultivar, permaneciendo “fieles a la fidelidad de Dios”, según la hermosa expresión de Madeleine Delbrêl (cf. La speranza è una luce nella notte, Ciudad del Vaticano 2024, Prefacio).
Por lo demás, sólo en la resurrección de Cristo nuestros destinos encuentran su lugar en el horizonte infinito de la eternidad. Sólo de su Pascua nos viene la certeza de que nada, «ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios» (Rm 8,38-39). Y de esta “gran esperanza” deriva cualquier otro rayo de luz que nos permite superar las pruebas y los obstáculos de la vida (cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi, 27.31). No sólo eso, sino que el Resucitado también camina con nosotros, haciéndose nuestro compañero de viaje, como con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-53). Como ellos, también nosotros podemos compartir con Él nuestro desconcierto, nuestras preocupaciones y nuestras desilusiones, podemos escuchar su Palabra que nos ilumina y hace arder nuestro corazón, y nos permite reconocerlo presente en la fracción del Pan, vislumbrando en ese estar con nosotros, aun en los límites del presente, ese “más allá” que al acercarse nos devuelve valentía y confianza.
3. Y llegamos así al tercer aspecto, el del compartir. Los lugares donde se sufre son a menudo lugares de intercambio, de enriquecimiento mutuo. ¡Cuántas veces, junto al lecho de un enfermo, se aprende a esperar! ¡Cuántas veces, estando cerca de quien sufre, se aprende a creer! ¡Cuántas veces, inclinándose ante el necesitado, se descubre el amor! Es decir, nos damos cuenta de que somos “ángeles” de esperanza, mensajeros de Dios, los unos para los otros, todos juntos: enfermos, médicos, enfermeros, familiares, amigos, sacerdotes, religiosos y religiosas; y allí donde estemos: en la familia, en los dispensarios, en las residencias de ancianos, en los hospitales y en las clínicas.
Y es importante saber descubrir la belleza y la magnitud de estos encuentros de gracia y aprender a escribirlos en el alma para no olvidarlos; conservar en el corazón la sonrisa amable de un agente sanitario, la mirada agradecida y confiada de un paciente, el rostro comprensivo y atento de un médico o de un voluntario, el semblante expectante e inquieto de un cónyuge, de un hijo, de un nieto o de un amigo entrañable. Son todas luces que atesorar pues, aun en la oscuridad de la prueba, no sólo dan fuerza, sino que enseñan el sabor verdadero de la vida, en el amor y la proximidad (cf. Lc 10,25-37).
Queridos enfermos, queridos hermanos y hermanas que asisten a los que sufren, en este Jubileo ustedes tienen más que nunca un rol especial. Su caminar juntos, en efecto, es un signo para todos, «un himno a la dignidad humana, un canto de esperanza» (Bula Spes non confundit, 11), cuya voz va mucho más allá de las habitaciones y las camas de los sanatorios donde se encuentren, estimulando y animando en la caridad “el concierto de toda la sociedad” (cf. ibíd.), en una armonía a veces difícil de realizar, pero precisamente por eso, muy dulce y fuerte, capaz de llevar luz y calor allí donde más se necesita.
Toda la Iglesia les está agradecida. También yo lo estoy y rezo por ustedes encomendándolos a María, Salud de los enfermos, por medio de las palabras con las que tantos hermanos y hermanas se han dirigido a ella en las dificultades:
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades,
antes bien, líbranos de todo peligro,
¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!
Los bendigo, junto con sus familias y demás seres queridos, y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí.
Roma, San Juan de Letrán, 14 de enero de 2025
FRANCISCO
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119 AÑOS DEL «MILAGRO DE LA OLA», REGISTRADO POR EL SANTO CARLO ACUTIS
Este 31 de enero de 2025, la ciudad de Tumaco, al suroeste de Colombia, ha conmemorado el 119º aniversario del milagro eucarístico conocido como el «Milagro de la Ola”. Además, este año la celebración ha sido aún más especial porque el próximo mes de abril será la canonización del joven santo Carlo Acutis que documentó este hecho en su famosa exposición de internet sobre milagros eucarísticos en el mundo.
¿Qué pasó el 31 de enero de 1906?
El 31 de enero de 1906, un terremoto de magnitud 8.8 sacudió las costas del Pacífico y generó un tsunami que amenazaba con arrasar Tumaco. Ante la inminente catástrofe, los habitantes acudieron a la parroquia en busca de la ayuda de los frailes agustinos recoletos Gerardo Larrondo y Julián Moreno. Tras consumir las hostias del sagrario, Fr. Gerardo tomó la Hostia Magna y, con el Santísimo en sus manos, guió a la comunidad hacia la playa. En un acto de profunda fe, elevó la Eucaristía y trazó el signo de la cruz en dirección al mar. La gigantesca ola, que avanzaba con gran fuerza, se detuvo inesperadamente y comenzó a retroceder, salvando así la vida de toda la población.
Carlo Acutis y la difusión del milagro
El joven Carlo Acutis (1991-2006) dedicó parte de su vida a divulgar la importancia de la Eucaristía. Su trabajo incluyó la documentación de milagros eucarísticos, entre ellos el de Tumaco, en una página web que hoy es conocida en todo el mundo. Su canonización durante este Año Santo subraya la importancia y vigencia de la devoción eucarística y la necesidad de transmitir la fe a las nuevas generaciones, tal como lo hicieron los agustinos recoletos hace más de un siglo en Tumaco.
“Que nos libre de nuevas tempestades”
Este año, la Diócesis de Tumaco ha organizado una serie de eventos para conmemorar el milagro que han incluido la adoración eucarística, procesiones y encuentros de reflexión sobre la Eucaristía y su importancia en la vida cristiana. Además, se ha proyectado el un documental ‘El Milagro Eucarístico de la Ola’, dirigido por el padre Hevert Lizcano, y estrenado el año pasado.
«Así como hace 119 años se enfrentó con fe la amenaza del mar, hoy seguimos clamando al Señor para que nos libre de nuevas tempestades»
En un contexto en el que Tumaco enfrenta desafíos como la violencia y el abandono estatal, la comunidad encuentra en este aniversario un recordatorio de que Dios no abandona a su pueblo. Como ha expresado monseñor Orlando Olave, obispo de la diócesis, «así como hace 119 años se enfrentó con fe la amenaza del mar, hoy seguimos clamando al Señor para que nos libre de nuevas tempestades».
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LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR: UN ENCUENTRO CON LA SALVACIÓN
La fiesta de la Presentación del Señor celebra que, desde su infancia, Cristo fue ya el enviado de Dios para salvar a la humanidad a través de la obediencia a Dios, su Padre. Para esclarecer el significado de esta celebración, es particularmente importante la segunda lectura de la carta a los Hebreos. En ella se nos explica que el Hijo de Dios se ha hecho de nuestra misma carne y sangre para poder compadecerse de nosotros, que vivíamos dominados por el demonio a través del temor ante el hecho de tener que morir.
Él asumió la condición humana, sujeta a la muerte, para vencer la muerte y otorgarnos así la salvación. En efecto, la muerte es el gran interrogante que se nos plantea a los humanos. Muchos procuran distraerse y entretenerse para no pensar en ella. Pero debemos tener la valentía de preguntarnos por el sentido de la vida: si en realidad la muerte es la aniquilación total y el fin de la existencia. Me impresiona el modo en que el autor de esa carta describe nuestra situación: somos los que, por temor a la muerte, vivíamos como esclavos toda la vida. Cristo, con su muerte, destruyó al diablo, que mediante la muerte dominaba a los hombres.
La pregunta en torno a la muerte se puede presentar de muchas maneras. Incluso se puede plantear como una pregunta sobre la vida. Hagamos el ejercicio: pongamos a un lado el hecho de que somos creyentes y tenemos esperanza en la vida eterna. Imaginemos que no tenemos a Dios ni lo conocemos. Nuestra vida comienza con el nacimiento y termina con la muerte; nada antes, nada después. Sin duda, se plantearán preguntas como: ¿Para qué nací? ¿Qué hago en este mundo? ¿Qué debo hacer, cómo debo vivir para que mi vida tenga sentido? Por supuesto, también nos podemos preguntar: ¿Para qué vivir si debo morir y, con la muerte, todo se acaba? ¿Para qué el esfuerzo de estudiar, trabajar, formar una familia, educar a los hijos, ser buen ciudadano, si todo acaba en la aniquilación? ¿Solo para dejar un buen recuerdo en la familia que sobrevive o en la comunidad? ¿Solo para tener la satisfacción de morir con la conciencia de haber vivido de modo constructivo? Eso sin duda es valioso, pero ¿es suficiente? ¿Qué valor tienen todas las obras buenas que hacemos si todas quedan como devaluadas por la aniquilación final?
Cristo se ha hecho uno de nosotros para compadecerse de nosotros.
Cristo ha padecido nuestra muerte para vencerla en sí mismo por su resurrección y compartir esa victoria con los que ponemos en él nuestra fe y nos unimos a él en la Iglesia por medio de los sacramentos. Y Cristo vino no solo para vencer nuestra muerte y abrir para nosotros horizontes de eternidad. Él vino también para cargar sobre sí mismo el pecado del mundo, nuestro propio pecado, y de ese modo habilitarnos para recibir gratuitamente el perdón de Dios, que sana y fortalece nuestra libertad para aprender a elegir siempre el bien que nos construye como personas y como sociedad. También eso declara la segunda lectura de hoy: Jesús tuvo que hacerse semejante a sus hermanos en todo, a fin de llegar a ser sumo sacerdote, misericordioso con ellos y fiel en las relaciones que median entre Dios y los hombres, y expiar así los pecados del pueblo. Jesucristo realizó esta obra de salvación en actitud de obediencia y dedicación de sí mismo a Dios.
La presentación que José y María hicieron de su Hijo a los cuarenta días de nacido era un rito propio del primogénito varón. El primer hijo varón pertenece a Dios, según el pensamiento judío, y debe ser consagrado a él. El Hijo de Dios hecho hombre fue consagrado a Dios por sus padres y ese gesto tuvo un alcance mucho mayor del que ellos mismos pudieran atisbar. Esa presentación y consagración a Dios se expresó en la actitud de obediencia a Dios que orientó y guió toda la existencia terrenal del Hijo de Dios. Como dice el profeta Malaquías:
«De improviso entrará en el santuario el Señor, a quien ustedes buscan, el mensajero de la alianza a quien ustedes desean. Miren: ya va entrando, dice el Señor de los ejércitos. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados».
Los ancianos Simeón y Ana, que aguardaban la salvación de Israel y prácticamente vivían en los alrededores del templo de Jerusalén, buscaban y esperaban al Señor, y por gracia de Dios lo reconocieron. Esos dos ancianos representan no solo al pueblo de Israel, sino a toda la humanidad que espera y busca un salvador hasta que lo encuentra. Lo peor que nos puede pasar, por supuesto, es que digamos: «Yo no busco ni necesito de un salvador». Se nos aplicaría entonces aquella frase de Jesús: «Yo no he venido a buscar a los justos, sino a los pecadores». No es que haya personas que no necesiten de un salvador. Todos necesitamos ser salvados de la muerte, del pecado y del sinsentido de la vida. Pero hay personas que creen que no necesitan ser salvadas, que piensan que no necesitan de Dios y pueden vivir sin él. Cristo no se impuso a esas personas. Las dejó pasar y se lamentó de que se excluyeran de manera tan lamentable de la salvación. Pero lo mejor que podemos hacer para nuestra propia felicidad y plenitud es reconocer nuestra indigencia, nuestra pobreza, nuestra postración, y agarrarnos a la mano tendida de Jesús, que nos levanta y nos guía.
Las palabras de Simeón a María, la madre de Jesús, expresan de modo contundente la misión de Jesús:
«Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo de contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones».
Ante Jesucristo hay que tomar una decisión: a favor, para el propio resurgimiento y salvación; o en contra, para nuestra propia ruina y perdición. Ante Jesús podemos pretender indiferencia, pero no podemos ser indiferentes. Jesucristo no es una opción más entre muchas otras; él es el Camino, la Verdad y la Vida. El que cree en él tendrá vida eterna; el que se excluye quedará en tinieblas. Renovemos nuestra fe en él y pongamos en él toda nuestra esperanza.
Mons. Mario Alberto Molina, OAR
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PEREGRINACIÓN: JÓVENES PEREGRINOS DE ESPERANZA
En el marco de la Solemnidad de Nuestra Señora de la Candelaria, la celebración de la Jornada de la Vida Consagrada y del Jubileo de la Esperanza, se dio inicio a la peregrinación “Jóvenes peregrinos de esperanza”, coordinada por fray Jhon Eduard Olarte Murillo, promotor vocacional nacional, cuyo objetivo es: Fomentar la conciencia sobre la importancia de orar por las vocaciones, animando a todos los fieles de cada comunidad local a responder con decisión y generosidad a la invitación particular que les ha sido confiada. Esta peregrinación visitará todos los ministerios de la Provincia a lo largo del año.
Mons. José Alejandro Castaño, OAR obispo emérito de Cartago – Valle, durante la celebración de la solemnidad en el Desierto de la Candelaria, realizó en envío de los misioneros junto a la imagen de la virgen y la reliquia de san Ezequiel Moreno, que estarán de visita durante el peregrinaje.
Este 2025, queremos pensar en los jóvenes, pero también en nuestros adultos mayores; los Jóvenes son la esperanza de que Dios sigue actuando, sigue llamando, necesitan recuperar la confianza en la propuesta de Dios y en nuestro testimonio, necesitan ser acercados a experiencias significativas con Cristo, necesitan que confiemos en ellos y les permitamos descubrir a un Dios que los llama y los ama; los adultos mayores, son la memoria viva de nuestra Iglesia, son el oasis y arroyo continuo de oración, es en ellos en quienes debemos depositar nuestra confianza, son ellos quienes siempre permanecen firmes en la oración y nos insisten en perseverar.
Siguiendo el deseo del Papa Francisco, desde la Pastoral Vocacional y Juvenil, se ha propuesto esta peregrinación que involucra a toda nuestra provincia y familia Recoleta, queremos incentivar la oración por las vocaciones y por los mayores; los jóvenes para que no tengan miedo en responder a la llamada y los adultos para que perseveren en la oración al dueño de la mies.
Vivamos este año como un don de Dios, que nuestra peregrinación nos acerque al tesoro espiritual que nos propone la Iglesia, como dice el Papa Francisco: “Es una invitación fuerte a no perder nunca la esperanza que nos ha sido dada, a abrazarla encontrando refugio en Dios” (Spes non confundit 25)
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