
En el contexto del Año Santo, las Agustinas Recoletas ofrecieron un gesto lleno de espiritualidad y belleza al Papa León XIV: una imagen bordada a mano de la Virgen de Guadalupe, elaborada con paciencia, fe y amor por una hermana de clausura en México. Más que un regalo, fue una ofrenda de comunión eclesial, enraizada en el carisma mariano y orante de la vida contemplativa.
Un regalo que nace de la oración y del corazón
La iniciativa de regalar algo al Papa León XIV surgió como expresión de gratitud y cercanía con el Sucesor de Pedro. En medio del discernimiento, fue la hermana María de Jesús Olasco Martínez, del monasterio de Santa Teresita del Niño Jesús en México, quien recibió el encargo inesperado de bordar una imagen de la Virgen de Guadalupe.
“Yo quería que llevara rosas alrededor, pero no me imaginé cómo quedaría. Cuando lo vi terminado, me emocioné… era como si todas nosotras, junto con María, le dijéramos al Papa: oramos por usted”, expresó la Madre Federal, Sor Olivia Hernandez.
La imagen fue montada de manera artesanal, sin máquinas, cuidando cada detalle: los tonos, las flores, la composición. Las rosas rojas, símbolo de la aparición guadalupana y del amor ardiente, envuelven a la Virgen, cuya expresión serena parece acoger a quien la contempla.
Providencia mariana y fidelidad silenciosa
El regalo llegó a Roma el 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Virgen María. “Fue un detalle del cielo —dicen las hermanas—. Lo primero fue agradecerle a la Virgen. La emoción nos desbordó. Lo sentimos como una confirmación de que María también quería estar presente en este Año Santo”.
La imagen fue entregada al Papa León XIV como símbolo de la vida contemplativa que, en el silencio de los claustros, sostiene espiritualmente a la Iglesia. La vida oculta, tejida de fidelidad, es una fuerza que alimenta la misión, como afirmaba santa Teresita del Niño Jesús: “En el corazón de la Iglesia, yo seré el amor”.
Un signo de comunión y esperanza
La entrega del bordado fue sencilla, pero profundamente significativa. El Papa lo recibió con alegría, agradeciendo a las hermanas su oración constante y su vida ofrecida por la Iglesia. Las Agustinas Recoletas, fieles al espíritu de san Agustín, ofrecieron así no solo una obra de arte, sino el testimonio de que el amor de Dios se expresa también en los gestos sencillos y escondidos.
Este regalo se convierte en un ícono de lo que la vida religiosa contemplativa aporta a la Iglesia: belleza, profundidad, constancia, oración. En un mundo agitado, donde muchas veces se olvida el valor del silencio, las hermanas nos recuerdan que la fidelidad orante es una forma alta de amor eclesial.