Cada 10 de septiembre, en la festividad del santo agustino, se bendicen y reparten unos panecillos recordando un episodio de su vida.
Está concluyendo el siglo XIII. En el convento agustino de Tolentino, en la región italiana de Las Marcas, vive un religioso ya con fama de santidad en vida. Son muchos los pobres que se acercan a él dada su preocupación por todas las almas, especialmente por las que más sufren.
Nicolás, como así se llama este religioso agustino, sufre sin embargo una pesada enfermedad. Padece fuertes dolores de estómago que sobrellevaba con gran paciencia. Por este motivo, apenas ingiere alimentos.
No obstante, sus superiores le habían ordenado comer alimentos más fuertes que los que solía comer, para fortalecer su cuerpo. No tuvo éxito, pues, aunque fue verdaderamente obediente, su salud continúa debilitada.
Durante la noche, Nicolás de Tolentino tiene una aparición. La Virgen María le da instrucciones de que comiera un trozo de pan mojado en agua y luego se lo comiera. Con eso, asegura María, se curará por su obediencia.
Y San Nicolás se curó. Como gesto de agradecimiento y fidelidad, comenzó a bendecir trozos de pan y a repartirlos entre los enfermos. Los panes benditos del santo agustino curaron milagrosamente a miles de personas, de igual forma que le había ocurrido a él.
Por este motivo, el 10 de septiembre, festividad de San Nicolás de Tolentino, en muchas parroquias se bendicen durante la eucaristía de su fiesta panecillos que después son repartidos a los fieles. Así se recuerda uno de los capítulos más bellos de la vida del religioso agustino.
Extractado: Sitio web OAR